El 31 de diciembre de 1885, el New York Times publicaba en su edición una de esas noticias inquietantes que no dejan indiferente a nadie que las lee.
El efecto de desenterrar un cuerpo que llevaba diez años enterrado.
Esta noche nos llegaron los detalles de un hecho remarcable ocurrido en Yorkville. En 1875, James A. Watson cuya familia reside en Yorkville, vio morir a su hijo de cuatro años. En aquel momento Watson vivía en Baltimor y trabajaba como profesor en el Bryant Sadler Commercial College, y no tuvo la oportunidad de dejar el trabajo para asistir al funeral de su propio hijo. A causa de esta ausencia, tan sólo se llevó a cabo un entierro temporal, en espera su vuelta a casa para llevar a cabo el enterramiento permanente en el cementerio.
Ayer Watson llegó al cementerio para sacar a su hijo. El ataúd, un cofre metálico, fue sacado de la tumba, y el deseo natural de ver la cara de su hijo muerto y enterrado en su ausencia, llevó a Watson a pedir que se quitara el cristal que le cubría la cara. Justo cuando el enterrador estaba a punto de quitar la tapa, una gran explosión tuvo lugar, rompiendo el cristal de cuarto de pulgada en pedazos, muchos de los cuales cortaron gravemente la cara del señor Watson.
El ataúd había estado fuera de la tierra durante varios minutos cuando la explosión tuvo lugar. El informe apunta que la explosión se asemejó a un cartucho de dinamita, y que fue percibido por varias personas en la calle principal, a más de 400 metros de distancia. La cara del chico estaba en un excelente estado de preservación, así como su mortaja y las flores que tenía posadas en el pecho.
Nacemos, vivimos y morimos. Y cuando morimos, aunque nosotros ya carezcamos de cualquier tipo de consciencia, a nuestro cuerpo aún le queda un interesante camino por recorrer. Si tenemos suerte, nuestro cuerpo será incinerado y el problema se terminará en cuestión de horas, pero si los encargados de nuestro cuerpo optan por el enterramiento, la cosa se empieza a volver interesante.

Lo primero será el rigor mortis, llegando poco después la palidez a nuestra piel. Será entonces cuando los gases comenzarán a llenar nuestro aparato digestivo hinchándolo al máximo de capacidad. Las uñas se caerán, los órganos empezarán a deshacerse, y si las condiciones adecuadas tienen lugar, puede que nuestro cuerpo llegue a explotar.
Desde luego que esto no es algo que suceda comúnmente, pero es algo que puede llegar a ocurrir. En el caso que os he expuesto, la presión de los gases no estaba en dentro del cuerpo del niño, sino dentro del cofre que, presumiblemente, fue sellado impidiendo la entrada o salida de cualquier gas.
Pero sí existen casos históricos en los que se ha afirmado que algunos cuerpos, tras dos o tres semanas en descomposición, han estallado ante los ojos atónicos de los presentes. El caso más memorable documentado quizá sea el de Guillermo I de Inglaterra, que cuando iba a ser puesto en su ataúd para ser incinerado, a causa del escaso espacio, los monjes tuvieron que encajar el cuerpo, provocando que los intestinos ya hinchados de gases, reventasen.
Es verdad que los periódicos no se han hecho eco de algo así en muchos años (no al menos que haya llegado a mis oídos), pero si ampliamos el radio de búsqueda, podemos encontrar uno de los hechos más dantescos que os podáis imaginar.
En enero de 2004 un gran cachalote quedó varado en la playa de Tainan, Taiwán. Sus más de 13 toneladas de peso impidieron que su cuerpo pudiera moverse con facilidad, siendo necesarios un total de tres grúas y 50 trabajadores para llevar a cabo esa casual obra de ingeniería.
El 26 de enero de ese mismo año, mientras el cadáver del cachalote estaba en movimiento camino de la Universidad Nacional Cheng Kung para realizarle una autopsia, y cuando más de 600 vecinos y curiosos observaban la pintoresca situación, el cuerpo del cachalote explotó violentamente. Según los periódicos locales, la explosión salpicó sangre y entrañas del cachalote sobre los curiosos que observaban la escena, e incluso mancharon fachadas y coches de los alrededores.

Pese a las sospechas de las autoridades locales, los forenses fueron claros y concisos. La explosión había sido causada únicamente por la acumulación de gases en el interior del animal. Estos, por regla general, encuentran un lugar por el que salir aliviando la presión, pero en este caso la presión alcanzó unos niveles muy superiores a los que el cuerpo del cachalote podía aguantar, explotando por completo.
Fuentes y más información:
- The effect of disinterring a body that had been ten years buried
- Whale explodes in Taiwanese city
- 1087: William ‘the Conqueror’ dies
- Putrefaction
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Qué cochinada de entrada. Me ha encantado xDDDDD
Pobre cachalote…jajajaja
Una entrada muy interesante.
Pues si, la vida es así, al final todo se acaba y el muerto al hoyo y el vivo al bollo… por eso los nichos tienen sus normativas y recomendaciones en cuanto a inclinación interior, ventilación y demás, para que los «lixiviados» puedan salir sin dar tanta guerra (generalmente a un depósito de sosa caústica).
Que intersante guarrería!
Como que pobre cachalote ? Pobres transeuntes que recibieron en plena cara visceras podridas de cachalote ? Dios, para ducharse veinte veces seguidas !!!