La Luna, la reina de las noches, ha fascinado al hombre desde tiempos inmemoriales. Mayas, asirios, incas y babilónicos veneraron su existencia, e incluso algunos –como los babilonios- llegaron a comprender su comportamiento y medir su tiempo en función del tiempo que tardaba en girar en torno a la Tierra.
Pero pese a ser el cuerpo más cercano a la Tierra de todo el firmamento, durante miles de años apenas se supo nada relevante de la Luna. No fue hasta la creación de los primeros sistemas de lentes de aumento hasta cuando tuvimos la luna un poco más cerca. A comienzos del siglo XVII, Thomas Harriot y Galileo Galilei realizaron los primeros mapas lunares, donde plasmaron la gran sorpresa que se llevaron al observarla de cerca: la Luna no era la esfera perfecta que se creía, si no que su superficie estaba repleta de irregularidades en forma de montañas y cráteres.
Con el paso de los años las lentes y los telescopios mejoraron notablemente y consecuentemente los mapas. Pero con la invención de la fotografía a comienzos del siglo XIX, se pudieron tomar las primeras fotos de la superficie lunar que permitieron mostrar a todos aquellos que no tenían a su alcance un telescopio los detalles de nuestro satélite. El propio Daguerre, uno de los precursores de la fotografía, intentó ser la primera persona en obtener una fotografía de la Luna, pero a causa de los largos tiempos de exposición necesitados no llegó a ser capaz de conseguirlo.
Hubo que esperar hasta el 23 de marzo de 1840 para que un inglés llamado John William Draper presentase en la Academia de Ciencias de Nueva York la primera fotografía conocida de la luna. John William, al igual que muchos otros pioneros de la fotografía, había intentado conseguir plasmar la Luna durante meses con muchos intentos fallidos, siendo este con apariencia de ameba el más popular de ellos. Por ello el día de la presentación explicó a todos cómo había conseguido al fotografía –el daguerrotipo- y los problemas con los que se había encontrado.
Una parte de la figura se distingue muy bien, pero a causa del movimiento de la propia Luna, la mayor parte se ve borrosa. El tiempo necesario fue de veinte minutos y el tamaño de la figura fue en torno a una pulgada de diámetro. Daguerre había intentado lo mismo pero no lo consiguió. Esta es la primera vez que se obtiene algo parecido a la representación de la superficie de la Luna.
— John William Draper
En los años siguientes las técnicas fotográficas mejoraron de forma sustancial en muy poco tiempo, lo que permitió que se consiguieran muchas imágenes de la Luna de mayor calidad y resolución, entre las que cabe destacar esta tomada en 1863 por Henry Draper, el hijo de John William. Aun así todas las imágenes de la Luna mostraban siempre la misma cara, la cara visible, mientras que la cara oculta quedaba lejos del alcance del hombre.
Con la carrera espacial que la Unión Soviética y Estados Unidos mantuvieron desde la década de los 50 hasta la década de los 70, la otra cara de la luna por fin pudo ser fotografiada. El honor lo tuvo la sonda soviética Luna 3, que el 7 de octubre de 1959 envió a la tierra las primeras quince imágenes de la cara oculta de la Luna.
A causa de las modulaciones de la transmisión, el ruido y las interferencias de la comunicación estas fotografías no mejoraban en mucho la calidad de las fotografías tomadas cien años antes de la cara visible de la Luna. Las siguientes misiones lunares soviéticas fueron mejorando estas imágenes, consiguiéndose la primera fotografía de gran calidad con el retorno de la sonda Zond 6 en noviembre de 1968.
Fuentes y más información:
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