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Miguel de Unamuno y las dos Españas

Muchos son los que creen que la división comenzó con el Pronunciamiento del 18 de Julio del 1936, pero la polarización política en España venía de mucho más atrás, incluso antes de la dictadura de Miguel Primo de Rivera. De hecho, no fue algo que llegara de la noche a la mañana. Desde finales del siglo XIX, y sobre todo de comienzos del siglo XX, fueron llegando poco a poco a España las ideas revolucionarias europeas. Tanto la primera Guerra Mundial como las revoluciones proletarias fueron impregnando a España de ideales que con el paso de los años provocaron el enfrentamiento que todos conocemos.

Tras la victoria del Frente Popular en las elecciones del 16 de Febrero de 1936, el problema de las dos Españas volvió a ser evidente una vez más. Con su llegada al poder, se comenzó a organizar una gran campaña de movilización de masas mediante huelgas, manifestaciones, ocupaciones e incluso quema de iglesias. Estos hechos fueron el detonante que provocó que muchos de los fieles a la República terminaran perdiendo la fe en su viabilidad y efectividad.


I: Miguel de Unamuno

Miguel de Unamuno, fue uno de los muchos que se decepcionó por el resultado de la República. Años atrás había sido uno de los intelectuales más críticos con el rey y con la dictadura de Primo de Rivera, hasta el punto de que, cuando ya era rector de la Universidad de Salamanca, sus criticas le llevaron al exilio en la isla de Fuerteventura durante 6 meses, tras lo que se exiliaría voluntariamente a Francia..

A su vuelta a Salamanca, se presentó a las primeras elecciones republicanas y, saliendo elegido como concejal, se encargó de proclamar la República desde el balcón del ayuntamiento de Salamanca el 14 de abril de 1931. En ese cargo duró sólo dos años, tras los cuales empezó su descontento con la República. Prácticamente nada de lo que esperaba de nueva era de España estaba llevándose a cabo, por lo que comenzó a criticar duramente las decisiones del gobierno y el posicionamiento de los políticos más influyentes.

Hasta tal punto llegó su descontento que tras la victoria del Frente Popular hizo un acercamiento a la Falange, ya que la única solución que veía para España era un nuevo cambio ideológico que calmara la situación. Por eso, no hay que sorprenderse que Miguel de Unamuno mostrara su apoyo a los rebeldes tras el levantamiento de Julio del 36.


II: Miguel de Unamuno el 12 de octubre de 1936 (fuente)

Aquel mismo verano Unamuno hizo un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyaran a los rebeldes, ya que según el representaban a la civilización occidental más tradicional (no tenemos que olvidarnos de las fuertes convicciones cristianas de Unamuno). Pero en pocas semanas, Unamuno se enfrentaría a un nuevo desengaño, cuando empezó a llegar a sus oídos la dura represión que estaban llevando a cabo los rebeldes.

Unamuno comenzó a recibir gran cantidad de cartas en la universidad de varios amigos y conocidos que le pedían que intercediera por sus allegados, que estaban siendo torturados, encarcelados y asesinados sin más razones que sus convicciones políticas. La culpabilidad le abrumaba, por lo que a principios de octubre Unamuno visitó al general Franco para pedirle que intercediera por todos sus amigos que estaban siendo duramente oprimidos.

Los ruegos de Unamuno cayeron en saco roto, por lo que decidió dar el paso final: arrepentirse públicamente. El día 12 de octubre de aquel mismo año, durante la celebración del día de la Hispanidad en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, el general Millán Astray emitió un discurso arremetiendo contra vascos, catalanes e incluso intelectuales. Tras escuchar sus palabras, Miguel de Unamuno se puso frente a la masa y dijo:

Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo, aquí presente, lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona. Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito «¡Viva la muerte!» y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor.

Sus palabras causaron un gran tumulto, e incluso el general Millán Astray llegó a gritar «Muera la intelectualidad traidora, Viva la muerte». Tras lo que Unamuno terminó tajantemente su discurso:

Todos los presentes me conocen y saben que soy incapaz de seguir callado. Hay ocasiones en que callar es mentir, porque el silencio puede interpretarse como aquiescencia. Aquí donde estamos es el templo del intelecto. Vosotros sois los que profanáis sus sagrados recintos: Venceréis porque tenéis la fuerza bruta, pero no convenceréis, porque para convencer tendríais que persuadir, y para persuadir no tenéis lo que hace falta: la razón y el derecho.

Este fue el loable arrepentimiento de Unamuno, que estuvo a punto de causarle la muerte directa, ya que según dicen varios historiadores, el general Millán Astray llegó a desenfundar su arma. Aún así, Carmen Polo, mujer de Franco y presente en el evento, tomó a Unamuno del brazo y lo sacó del lugar, llevándolo a su casa.

Diez días más tarde, Unamuno fue destituido como rector de la Universidad de Salamanca, y condenado a prisión domiciliaria. En su casa moriría por causas naturales el 31 de diciembre de 1936, siendo su muerte aprovechada por el bando sublevado para exaltarlo como un gran héroe.

Fuentes y más información:

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