Nota: Este escrito no es un spoiler de la conocida novela de Ray Bradbury -no destroza la novela-, aunque sí una sinopsis detallada aclarando una confusión muy común si no se ha leído.
En 1953, Ray Bradbury relató en su novela Fahrenheit 451, un mundo desolador. Un mundo en el que los libros, al ser la principal forma de afianzar conocimientos y poder adquirir la capacidad de pensar y juzgar críticamente, habían sido condenados a desaparecer.
Ahora, consideramos las minorías en nuestra civilización. Cuanto mayor es la población, más minorías hay. No hay que meterse con los aficionados a los perros, a los gatos, con los médicos, abogados, comerciantes, cocineros, mormones, bautistas, unitarios, chinos de segunda generación, suecos, italianos, alemanes, tejanos, irlandeses, gente de Oregón o de México. En este libro, en esta obra, en este serial de Televisión la gente no quiere representar a ningún pintor, cartógrafo o mecánico que exista en la realidad. Cuanto mayor es el mercado, Montag, menos hay que hacer frente a la controversia, recuerda esto. Todas las minorías menores con sus ombligos que hay que mantener limpios. Los autores, llenos de malignos pensamientos, aporrean las máquinas de escribir. Eso hicieron. Las revistas se convirtieron en una masa insulsa y amorfa. Los libros, según dijeron los críticos esnobs, eran como agua sucia. No es extraño que los libros dejaran de venderse, decían los críticos. Pero el público, que sabía lo que quería, permitió la supervivencia de los libros de historietas. Y de las revistas eróticas tridimensionales, claro está. Ahí tienes, Montag. No era una imposición del Gobierno. No hubo ningún dictado, ni declaración, ni censura, no. La tecnología, la explotación de las masas y la presión de las minorías produjo el fenómeno, a Dios gracias. En la actualidad, gracias a todo ello, uno puede ser feliz continuamente, se les permite leer historietas o periódicos profesionales.
— El Capitán Beatty a Guy Montag (Fahrenheit 451)
Pese a lo que una gran mayoría cree, Fahrenheit 451 no habla sobre un mundo en el que unos malvados gobernantes han prohibido los libros para poder manipular a la población, sino algo mucho más aterrador.
Habla sobre una sociedad en la que los miedos han triunfado. No los miedos individuales de cada una de las personas, sino los miedos de la sociedad en su conjunto. El miedo a la inteligencia y a aquellos que pretenden pensar por sí mismos se ha convertido en una fobia intrínseca de cada individuo de la sociedad.
En un lugar en el que todo el mundo quiere ser feliz, si se puede garantizar una superflua felicidad, ¿por qué se va a permitir a la gente leer sobre las mil y una maneras de no poder alcanzar una felicidad plena? Todos los que puedan encontrar una manera de ser infelices, son el enemigo. Y eso es algo que se ha escrito a lo largo de cientos de años en libros que narraban la historia, analizaban el presente y elucubraban sobre el futuro.
Una sociedad que aspira a alcanzar la felicidad no quiere libros que puedan dificultarle ese camino. Ni para ser leídos, ni para ser escritos. Y así, con el paso de las generaciones, la capacidad retentiva de esa sociedad bajará hasta unos mínimos que permitan a todos los individuos ser felices sin esfuerzo alguno, sin plantearse ni poder analizar nada que vaya más allá del estricto presente.
Porque, como siempre se ha creído, la ignorancia da la felicidad. Pero la realidad es muy distinta y mucho menos alentadora: la ignorancia tan solo nos hace lo suficientemente estúpidos como para no poder ver lo infelices que realmente somos.
Entonces… ¿quemamos los libros?
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